Sultana del Lago Editores

Editorial Independiente de Venezuela

Miguel Chillida (I): “llevo las marcas de Caracas en mi carácter, en esa esencia hedonista, siempre dispuesta al disfrute y a la rumbita”.

Un nuevo poeta es una fiesta. Se desvela una voz que ha estado, como en todos casos de buena poesía inédita, minando en el ser del artista durante años. Miguel Chillida, publica con Sultana del Lago Editores, su primer poemario “Anécdotas”, que sin duda sitúa como una voz reveladora de la nueva poesía venezolana.

Un nuevo poeta es una fiesta. Se desvela una voz que ha estado, como en todos casos de buena poesía inédita, minando en el ser del artista durante años. Miguel Chillida, publica con Sultana del Lago Editores, su primer poemario “Anécdotas”, que sin duda sitúa como una voz reveladora de la nueva poesía venezolana.

Su escritura cifra una revisión de la literatura vanguardista, y nos enfrenta, a través del poeta, a una expresión lúcida de una “anécdota” o momento narrativo, que descubre para el lector el instante poético como lo entendí Bachelard. Retumban el los ecos de El Techo de Ballena, de los Beats, de Tráfico; pero libre de la retórica de la época, sin la mácula del estilo, sin la prosopopeya ni la pose iconoclasta innecesaria. No hay dramatismos, sino la sensación de un hallazgo poético concreto, en estado puro.

En Sultana del Lago hicimos nuestro cuestionario: las respuestas fueran maravillosas. Así que vamos a compartir con ustedes solo la primera parte, para que conozcan la personalidad de este joven poeta; y luego podrán disfrutar de sus gustos literarios.

 

¿Cuál es tu nombre completo? ¿Te gusta tu nombre? ¿Por qué?

Miguel Francisco Chillida Pérez.

Me gusta mucho mi nombre, porque me recuerda mis raíces familiares y culturales. Mis padres me dicen que me pusieron Miguel por Miguel De Cervantes y, claro, ¿cómo no me va a gustar que mi nombre esté asociado al autor aventurero que escribió Don Quijote de La Mancha y las Novelas ejemplares? Pero también, y esto ya lo dice sólo mi mamá, por San Miguel Arcángel, quien lucha contra Satanás o Lucifer, el ángel caído. Siempre me han gustado las estatuillas y estampitas donde aparece pisando al Mal absoluto transfigurado en serpiente o en cuerpo semihumano quemado por las llamas del Infierno. Es una creencia poderosa. Una vez, de niño, una mujer indigente me regaló una estampita de San Miguel que yo guardé muchos años en mi cartera junto a otras que me habían regalado familiares. Verla así delirando en la calle al salir de un restaurante en Altamira, eso fue un impacto muy grande que luego se fue manifestando y desarrollando en mi personalidad y su fatal y alegre relación con Caracas.

Mi segundo nombre no es menos importante. Ya que mi abuelo paterno estaba hinchado de orgullo porque llevaba de primero su apellido, y porque mi papá y mi abuelo materno eran muy pero muy amigos, mis padres decidieron llamarme como él: Francisco. Mi abuelo materno fue una persona extremadamente importante en mi vida. Andino, hombre de poquísimas palabras (a excepción de cuando estaba tomado, que era un show bastante peculiar), abogado de profesión y poeta por deformación,  miembro de Sardio, El Techo de la Ballena y La República del Este. Siempre tuvimos un vínculo especial, quizás porque yo era un niño alocado, imaginativo, hablachento, y él sentía una gran fascinación por la infancia, que buscaba revivir a través de la poesía. Además, cuando yo tenía 12 años decidí dejar la casa de mis padres y él y mi abuela me recibieron con los brazos abiertos en su casa de La Campiña, y allí me compraron una cama y me instalaron en un cuarto que por muchos años fue mi refugio, mi vida, el lugar a partir del cual descubrí a fondo la sociedad caraqueña y la ciudad. Por eso voy a estar eternamente agradecido.

Ahora, mi primer apellido, Chillida, me lleva a mi abuelo paterno: Carmelo, como mi papá. A los 17 años se fue a Venezuela huyendo del franquismo en España y se encontró con una sociedad abierta, llena de oportunidades, perfectamente próspera. Y aprovechó el tiempo y se graduó de Economista y de Contador en la Universidad Central, donde empezó a dar clases y también se desempeñó en actividades administrativas, entre las que llegó a ocupar el cargo de Vicerrector administrativo. Mi abuelo Carmelo era una persona con un carácter atravesado, hacía el bien a la fuerza muchas veces, pero era un ser humano lleno de bondad y buenas intenciones. Esa mezcla de temperamentos y culturas que está inscrita en mi nombre me liga a la historia del siglo XX venezolano, sobre la que he estudiado y escrito algunas cosas. Por eso me siento muy identificado y orgulloso de mi nombre, así como al hecho de ser venezolano y caraqueño (aunque trato de evitar el hábito del centralismo mental).

Y por último el Pérez de mi abuelo materno, que me gusta mucho porque es extremadamente común y eso siempre me hace recordar que sólo soy un simple hijo de vecinos, como me decía una novia, uno más del montón en este ser latinoamericano.

Jamás podría decir algo como ese poema de Cadenas: “si oigo mi nombre / ignoro qué designa / ese sonido / tan raro / como / mi respiración / o como haber nacido / o estar aquí”. Muy al contrario.

¿Dónde naciste? ¿Hay algo del lugar donde naciste que lleves marcado en tu personalidad?

Esa es la palabra exacta: personalidad. En el sentido tan importante que tuvo en los iniciales estudios de Lacan sobre la paranoia: desarrollo coherente de una conciencia de sí mismo en el individuo y sus tensiones sociales.

Nací en la Clínica la Floresta, en Caracas. Un lugar privilegiado dentro de la clase media a la que pertenezco (o pertenecía). Yo diría que llevo muchas marcas en mí de la ciudad. Y la primera es el lenguaje. Todos mis afectos se expresan en caraqueño. Cuando hablo con un hispano de otro país y tengo que usar otro dialecto (lo cual disfruto, porque ensancha mi vocabulario) a veces siento que hay cosas a las que no les puedo imprimir verdadera emoción si no uso mis palabras. “Esa vaina está lacriada”, por ejemplo, nunca tiene un equivalente en “eso me gusta mucho”. Ya no digamos en francés, con el que me cuesta mucho más emocionarme al hablar. Apenas me sucede con algunas palabras, en su mayoría vulgares. Sin embargo, me encanta salirme de mi propia cultura y perderme por un rato en el sabor y saber de esa otra lengua que no termina de pertenecerme en lo más íntimo. A veces el sentido sí se me hace más exacto en inglés o francés, o a veces valoro expresiones con mayor propiedad de síntesis o exactitud. Pero no esa emoción personalísima y colectiva. Es por esa razón, y otras, que quise llevar ese decir a los poemas que he escrito.

Por otro lado, creo que llevo las marcas de Caracas en mi carácter, en esa esencia hedonista, siempre dispuesta al disfrute y a la rumbita, al chiste rápido y la transparencia caribeña (muy ligada al consumo de bebidas alcohólicas, esa otra marca cultural tan nuestra). Pero también en la escisión de este nuevo país que estamos viviendo, muy marcado por el rigor, la disciplina y el ánimo industrioso y trabajador. Caupolicán Ovalles se definía  a sí mismo en un poema como “aguardientoso y madrugador”. Siento que es eso. Y creo que de ese estado generalizado entre la mayoría de venezolanos que conozco, dentro y fuera del país, va a venir un gran despertar de la vida económica y cultural. Una vez caigan estas viejas y esclerosadas estructuras de poder político que persisten y hayamos entendido a fondo las teorías económicas de Ludwig Von Mises en su libro Socialism de ¡1922!

Y por último, te diría que en la fascinación que siento por lo alto y lo bajo, el matrimonio del cielo y del infierno, como definía el periodista Boris Muñoz a Caracas usando el título de Blake. La capacidad de compartir con todo tipo de gente, independientemente el estrato social (si hacemos caso a la vieja sociología) de pertenencia. Esa conjunción también se da en el habla y la prosa caraqueña, que en sus expresiones mejor acabadas abarca un registro bastante extenso.

Entre otras cosas.

¿En qué país del mundo te gustaría vivir y por qué?

Vivo en un país que me gusta mucho: Canadá. Y más específicamente en la ciudad de Montréal (Provincia de Québec), pues no he tenido tiempo de recorrer el resto del país. Me gusta porque tiene todo lo que buscaba en Venezuela: una moneda sustentada en riquezas, sectores industriales prósperos, trabajo, cultura, respeto a las instituciones y a la diversidad política y cultural, un sistema de impuestos que a pesar de que quita un buen porcentaje del salario sirve para que funcionen las políticas sociales del gobierno y haya niveles bastante aceptables de equidad, además de que crea una conciencia en el ciudadano de su participación activa y concreta en la prosperidad del país; por eso sobre todo en Estados Unidos se habla de contribuyentes. En Venezuela ocurre completamente todo lo contrario, el ciudadano tiende a esperar que el petroestado le arroje riquezas u oportunidades de riquezas. (Y el chavismo, como todo el mundo sabe, además quiso moralizar la economía, lo cual trajo el estrangulamiento que vivimos actualmente, porque el capital está más allá del bien y el mal). Quizás Arturo Uslar Pietri haya sido uno de los mejores intérpretes de esta realidad, pero también Rafael Arráiz Lucca en su excelente y reciente libro sobre el petróleo, donde lleva esa observación a la era chavista con cifras y datos. Entonces, bueno, me gustaría vivir en Venezuela porque obviamente es la tierra de mis afectos y recuerdos, pero se me hace imposible vivir en esos niveles sostenidos de ignorancia y estulticia. Veo a muy pocos políticos, ni chavista ni de oposición, hablando con propiedad sobre las cosas esenciales. Me parecen gente sin educación suficiente para comprender las necesidades de una economía y de un país, espejo cruel. Quizás porque las riñas y juegos de poder no dejan tiempo suficiente para la formación. Qué lejos están de la inteligencia y cultura de un tipo como Carlos Andrés Pérez, por más que se le critique lo que sea, con bases y sin ellas. Además el petróleo, como lo demostró Rodolfo Quintero en su libro homónimo, creó toda una cultura porque creó una economía. La única iniciativa realmente indispensable e importante en la actualidad es un libro que debería ser de lectura obligatoria para todos los venezolanos en este momento: Venezuela energética de Leopoldo López y Gustavo Baquero, con prólogo de Moisés Naím. Ahí está el futuro.

No sé  si respondo.

¿Qué estudiaste? ¿Cuál es tu verdadera vocación? ¿A qué te dedicas?

Estudié Letras. Por ahí tengo mi diploma que prueba que me gradué. Y es una verdadera pasión, pero también lo es la música. De hecho, investigando me he dado cuenta de que ambas (la literatura y la música) no deberían ser más que una misma cosa. Al final eso ya ha ocurrido en varias épocas de la humanidad. Ahí quedan los contrapuntos narrativos de Bach, o las óperas de Monteverdi. Se nos olvida, pero la Odisea, la Ilíada y todas las tragedias griegas pertenecían a la tradición oral y eran cantadas. Somos nosotros, tataranietos de Gutenberg, los que tenemos desde hace apenas unos siglos el hábito de la lectura individualizada, aislada, impresa ahí en un libro para que esas palabras nos resuenen en la cabeza sin una presencia acústica real. Y no es que esté mal, yo defiendo la cultura escrituraria, para decirlo con Ángel Rama. Mucho más ahora que se está creando una nueva especie, el Hommo videns, como planteaba Giovanni Sartori en su excelente libro homónimo. Pero podríamos abarcarlo todo. Y dentro de los registros de la música popular (que es la que prefiero) creo que se ha hecho. Por ejemplo, no creo que haya problema en continuar la tradición poética argentina de Borges en Sui generis, lo que luego hizo Charly García y Soda Stereo o Gustavo Cerati. Por poner un ejemplo.

Pero tampoco soy músico, sólo le dedico tiempo placentero.

Actualmente trabajo en una compañía que se llama Fiesta tentes l’été, que se dedica a construir y alquilar tiendas de diversos modelos a muchos de los grandes festivales de Québec y Montréal, pero también de otras provincias de Canadá y ciudades de Estados Unidos. Es una gran experiencia ese sentido de disciplina que se requiere, y el hecho de dedicarme a actividades que en un primer momento parecen no tener relación con las letras. Pero es todo lo contrario, resulta que la principal fuerza de trabajo de la compañía somos los latinos. Eso me ha dado una dimensión más personal de procesos históricos: un amigo peruano me ha contado los años de guerra civil a causa del Sendero Luminoso, otro nicaragüense de las peripecias que tuvo que pasar en México y Estados Unidos desde los 15 años, cuando tuvo que abandonar el país por todos los conflictos sociales que desató la Revolución Sandinista (tan bien narrados por Sergio Ramírez en su ya clásico Adiós muchachos), otro más los años de la guerra civil en El Salvador y los cadáveres en el suelo y las minas y las radios clandestinas y la posterior desolación y soledad que generó a las Maras, y otro más cómo su familia perdió las tierras de su abuelo (un cristero) en Zacatecas, cuando los narcos llegaron y los expropiaron a la fuerza, por lo que él se fue a Aguas Calientes.

Pero esa fuerza de trabajo está especialmente compuesta por venezolanos de todas partes (Maracay, Maracaibo, Barquisimeto, Puerto Ordaz, Caracas, Margarita, y otros que se han ido) y de las profesiones y oficios más diversos (trabajadores de PDVSA, publicistas, jefes de planta de asfaltadoras, músicos, abogados, trabajadores de CANTV, periodistas, profesores, locutores, etc.). Y allí nos ha tocado compartir saberes. He aprendido cosas indispensables sobre mecánica y electricidad, por ejemplo. Por eso, creo que es una experiencia muy enriquecedora a nivel personal, y una manera de romper con ciertos vicios culturales del pasado. Comprender de una vez esa frase de Trotsky en todo su peso vivencial: “La cultura vive de la savia de la economía”.

Quiero decir, en nuestro país primero hay que activar la actividad económica. Yo no creo que el paso del poeta por la tierra deba ser ético, como decía Víctor Valera Mora, pero sí creo que debe ser coherente. Entonces, yo considero que es mucho más coherente formar parte del plan trazado por Leopoldo López en su libro, y no vivir en el país como lo ha hecho la mayor parte de la gente de cultura: mantenida por el petroestado. Ya sea en los múltiples Ministerios de Cultura que ha habido (CONAC, INCIBA, etc), en una Universidad o de alguna ayuda económica. Por eso creo que el verdadero gesto político del venezolano culto en este momento es darse cuenta de que el pensamiento debe estar sustentado en los actos: justificarse trabajando en la industria petrolera, que es la única capaz de sacar al país de esta gran depresión económica. Aunque no digo que no hayan otros frentes importantes, pero generalmente todos dependen de la riqueza petrolera (educación, salud, etc).

Además, este trabajo me ha servido para producir suficiente dinero, que en un futuro espero sea parte del flujo de divisas extranjeras que inunde el mercado venezolano con compra de propiedades y negocios. Así hay muchos esperando en el exterior para invertir su dinero en el terruño.

¿Qué época de la historia de la humanidad admiras más? ¿Por qué?

El siglo XIX e inicios del XX, porque asentó las bases de nuestro mundo hipermoderno a nivel de pensamiento y a nivel tecnológico. Es el inicio de la industrialización y la modernidad. Y me gusta ver, imaginarme y leer sobre cómo eran las cosas antes de que llegara el diseño industrial y todas estas comodidades que para nosotros son comunes. Sin embargo, no me habría gustado en lo más mínimo vivir en el siglo XIX. Los hábitos higiénicos y las comodidades más básicas no pueden convertirse en un suplicio. Aunque en otro sentido sí me habría gustado vivir ese siglo de atormentadas esperanzas y esfuerzos. Todo estaba por hacerse.

¿Qué figura histórica repudias?

Uno se siente tentado y casi obligado a decir que Chávez o algún otro tirano, pero concuerdo más con la tesis histórica de Mariano Picón Salas: “La Historia no puede interpretarse sólo como antítesis, como alternancia de gloria y miseria, de premio o de castigo. El hecho histórico tiene una vibración infinitamente más amplia que la que le impone nuestro subjetivismo romántico. Y ver, por ejemplo, en Venezuela una época grandiosa y dorada a la que se opone en claroscuro una época negra, es una forma de ilusión, una metáfora. La turbulencia y la ilegalidad violenta de todo un período de nuestra historia no significa para nosotros, ninguna inferioridad específica en relación con cualquier pueblo americano o europeo, sino una explicable etapa de nuestro proceso social. Y aún podemos preguntarnos si esas revueltas que retardaron nuestro avance material no contribuyeron, desde cierto punto de vista, a solucionar o cuando menos a precipitar, la solución de otros problemas que sin ellas gravarían o complicarían más la vida venezolana”.

¿Cuál es tu película y actor cinematográfico favorito?

Disfruto mucho ver tele y películas, pero tengo una memoria terrible para los nombres. Siempre recuerdo mucho más las tramas. Hay una película por la que siempre he tenido un gusto completamente irracional: Dark city. Es sobre un hombre que se despierta en un baño desconocido y no puede recordar nada, y mientras busca respuestas se da cuenta de que nadie en la ciudad puede recordar nada porque unos extraterrestres les borran la memoria todas las noches para experimentar con ellos. Ahí actúa Jennifer Connelly que es una actriz que me gusta muchísimo por su actuación en otras películas así oscuras y potentes, como Réquiem for a dream. Disfruto mucho esa oscuridad, y mucho más si está mezclada con una trama reflexiva de ciencia ficción. Por eso también dejo otra que ahora recuerdo y disfruto mucho: Minority report, basada en la novela de Phillip K. Dick. Pero no son mis preferidas, aunque sí esa estética. Otra que recuerdo mucho por el guión y la actuación es Hombre mirando al sudeste de Eliseo Subiela.

¿Quién es tu músico preferido? ¿Cuál canción podría ser la banda sonora de tu vida?

Me sería imposible decir uno en particular, porque no podría hacer una comparación justa entre diversos grados de entendimiento musical, técnicas de interpretación, tipo de instrumento, etc. En salsa te diría que siempre oigo a Ismael Rivera y Héctor Lavoe, son dos músicos así como muy icónicos de algo que no entiendo muy bien pero que me toca muy profundo. Pero también están El Gran Combo de Puerto Rico, Roberto Roena, Willie Colón, el gran Maelo Ruíz, santo de las camioneticas. Y muchos otros. En rock escucho mucho a Gustavo Cerati, creo que tiene ese algo que hace la buena música y cualquier expresión artística de calidad: trascender la forma a través de esta. También admiro mucho a Natalia Lafourcade, Los Amigos Invisibles, Bacalao Men, Plastilina Mosh, etc. Sin embargo, soy mucho más de quedarme pegado escuchando canciones que artistas. Tendría que sentir eso que siento por los que te comento para recorrer sus obras sin aburrirme. Te dejo otros en inglés: Cream, Black Sabbath, The Strokes, The Black Keys, The War on Drugs, Red Hot Chilli Peppers, Bob Dylan. Puedo escuchar sus grabaciones por meses y años y no me aburro. Ahora, cuando agarro el bajo o la guitarra toco un mix de todo, porque me estoy fijando más en las progresiones, las técnicas de ejecución, los patrones rítmicos o en el propio sonido del instrumento. Es más bien un ejercicio.

La canción hasta ahora podría ser “El incomprendido” de Ismael Rivera: “Yo, yo, yo, yo / creo que voy / solito estar / cuando / me muera / he sido el incomprendido / ni tú ni nadie me ha querido / tal como soy”.

 ¿Qué opinas del suicidio?

Que es un error rotundo, porque a pesar de todas las miserias y absurdos de este mundo siempre hay un pequeño detalle que se revela como placentero cable a tierra, y que esos detalles sólo son perceptibles desde la ingenuidad y no desde el pensamiento. Por eso Camus hablaba del suicidio filosófico. Estoy completamente de acuerdo con su perspectiva.

¿Qué cambiarías de tu personalidad?

Definitivamente mi manera cerrada de relacionarme con las personas. Y esa increíble habilidad para destrozar las mejores relaciones.

¿Le temes a la muerte?

Muchísimo. Quisiera vivir por siempre.

Si tu vida tuviera propósito ¿cuál crees que sería?

Cualquier propósito irrealizable, para así tener que volver a vivir.


Miguel Chillida (Caracas, 1991) es un lector e investigador venezolano. Siguió cursos de la carrera de Letras en la Universidad Católica Andrés Bello y en la Universidad Central de Venezuela. Graduado en 2017 del programa de Estudios Hispánicos de la Universidad de Montréal. Ha colaborado en el portal Prodavinci con diversos textos, como “‘El arte une y la ideología divide: entrevista a Luis Enrique Belmonte”, “Mariano Picón Salas: Historia útil para tiempos de coyuntura” y “El rap como poesía”, entre otros. También colabora en el portal Viceversa, en el que ha escrito sobre el movimiento de la República del Este, “Caupolicán Ovalles, poeta barroco”, “Sonido: espacio vivo” y “Caracas se quema: nacer en la posdemocracia”. La mayoría de estos se encuentran en el mismo universo obsesivo que reaparece en su libro de poemas “Anécdotas” y en su libro de ensayos inéditos “Venezuela: constitución y disolución de una República”. Además ha sido curador de las antologías “El hilo equívoco de los vocablos: Antología poética de Francisco Pérez Perdomo” y “En (des)uso de razón: Antología poética de Caupolicán Ovalles”. Actualmente vive Montréal.