He comenzado por barajear la idea de la mortalidad inminente. Luego, la diferencia entre las palabras herencia y legado. Inmediatamente he pensado en lo pequeño que soy en mi propio contexto, lo innecesario de los esfuerzos cuando estamos predestinados todos a lo mismo, lo necio que puede resultar insistir en lo dicho, como si dentro de ello se descifrara algo más agudo, o más importante, que en el resto de las cosas. Supe que todo era ego, del saludable, del necesario, de ese que te permite distinguirte de los otros sin cegarte de tu papel en el concierto universal. ¿Concierto universal? ¿Existe semejante monstruosidad?
Debo creer que sí, que la humanidad, en miles de oportunidades ha arriesgado y perdido todo en búsqueda de un acuerdo superior que legitime los intentos de ser felices, tanto en lo colectivo como individualmente. Sé que la poesía es para mí ese cifrarse de la realidad en múltiples opciones, una especie de recurso milagroso, almático, que nos permite descubrir en nosotros mismos (interior y exteriormente) lo que en potencia somos. En ese sentido la poesía tendría una utilidad personalísima y por lo mismo, colectiva e histórica; en tanto que algo que es capaz de mejorar la vida de un hombre y que puede ser asumido libremente por otro ser humano, es capaz de cambiar el ritmo de la vida del Todo. (Pienso en hallazgos humanos como la electricidad o el arma de fuego).
Algunos no coincidimos con el mundo en la manera en que funciona, creemos que es un juguete dañado y que sólo pueden tranzarse con él juegos perversos, donde media la muerte, el interés insano, la división, el desmedido decir de lo corroído. La humanidad ha jugado con este demencial aparato y ha cobrado miles de billones de vidas en sus engranajes, pero somos los niños de ojos abiertos aquellos que logramos notar que algo está mal en el funcionamiento de nuestro aparejo: pertenezco a los niños cuyo juego consiste en reparar el juguete roto, quiero entender qué está mal en el mundo, y siempre que trazo una teoría de lo que está fallando, encuentro una solución, en este caso poética, a los desaguisados del tiovivo en que todos, de cierta forma, nos divertimos.
El poema funciona como un bálsamo, una especie de antigua sabiduría curativa, o rito cuasi religioso, donde el decir del poema prepondera una herencia (esta vez sí una herencia) que aún está por recibirse, o que se recibe a plazos, pero que es administrada por un mecanismo bancario kafkiano, donde el poema enriquece no solo quien lo escribe en el momento justo de escribirlo, sino que es capaz de transmutarse en otra impronta valiosa para quién lo lee casi de manera irrevocable. Podrá parecer que soy un comeflores, de esos poetas que andan en los bares del mundo con marihuana en el bolsillo, buscando pescar la inspiración como quien sale a recolectar los restos de una antigua batalla donde los dioses, ya muertos, dejaron regados por el mundo los dones del poema. Pero no es así, también me he formado en un pragmatismo del oficio, digno de un novelista, ya que el poema (entiéndase el poema, no la poesía) es resultado de un sesudo estudio del decir propio y colectivo, para hilar (o labrar si se pudiera) un argumento metafórico o una realidad poética que, sin dejar de ser personalísima, justifique ser lo que somos al decir.
El poeta es un vate, y sus vaticinios, no son predicciones prácticas o historicistas. No podría ganarse un poeta la lotería gracias a su mejor poema (aunque algunos han cobrado por adelantado el valor de su propio decir en las mieles del amor), tampoco podrá el poeta comerciar el bálsamo del poema, como si fuera un tónico decimonónico, capaz de curar todos los males. No hay poetas que sean “entrenadores personales”, ni gurús de la autoayuda ni son los poetas “iluminados perse” que hacen transmigrar las almas de quienes los leen. Los poetas logran lo que logran a pesar de la poesía, no a través de ella. Pero sí hay vaticinio en la poesía, ya que sin el poema no podríamos vislumbrarnos en el habla por venir. Hay en el decir algo antiguo y algo nuevo que danzan al ritmo de los electrones de un átomo de carbono. Su dinámica de transformación, combinación, su espontaneidad para morir y dar paso a nuevas formas de la vida, fomentan en la poesía un continuo de lo venidero, de lo rastreable del porvenir y lo exangüe que termina siendo el discurso de la “realidad real” frente a la realidad poética que transciende en sus posibilidades imaginativas.
Pero en mí, el poema va desde “la aritmética de la gramática” (el gozo de una coma, por ejemplo) hasta el rapto espiritual o rictus retórico que sostiene en vilo un aliento ajeno a nuestro entorno, y termina por definir la estrecha luz que brota de los hallazgos. Mis poemas, reunidos en este tomo voluminoso, son solo estampas inconclusas de un deseo superior de decir, que encontró en ellos, en los poemas, una forma tímida de manifestarse, muy a pesar de no ver que pueden estar siendo manipulados interiormente, cual títeres, por la verdadera literatura que ha pasado por mis ojos, y que he colado en mis escritos, como en un palimpsesto.
El orden que le he dado a estos textos obedece, discriminadamente al orden en que fueron terminados de confeccionar los libros, y no en el orden en que han sido publicados; aunque lo justo habría sido ordenarlos por el momento en que los empecé a escribir, en el sentido en que el punto final de muchos de los libros que se publican hoy, no fue colocado uno a continuación del otro, sino que estos poemarios permanecieron abiertos, siendo mutilados, transformados, adecentados (trabajados en mejor sentido de la palabra), esperando que su función como poema pudiera optimizarse, muy a pesar de su falencias o supuestas genialidades. En este sentido, los poemas de “Prontuario” que empezaron a escribirse casi todos en 2014 y que fueron cerrados como inventario en 2016, aparecen entre los libros más recientes y a distancia otros libros escritos posteriormente, porque a pesar de no incluir ningún otro poema, ni representar nuevos episodios de mí mismo, estuvo recibiendo breves, aunque intensas correcciones. Esto dificultaría entender que el lenguaje de “Vos por siempre” publicado en 2016, es irremisiblemente (a mi modo de ver mi poética), un lenguaje poético hijo de la experimentación versal de “Prontuario”: pero como “Vos por siempre” fue publicado primero movido por una necesidad profunda que cuajó en mí y que doblegó mi voluntad, hasta el punto de editarlo primero que a su padre poético, a este hijo de apenas veinte poemas, de intensa brevedad, y de temática más compacta, más localizable: el amor.
Anterior a estos dos ejemplos, es el libro “Estrategias fatales” publicado en 2018, que escribí en su totalidad en 2011, cuando vagaba por calles de Maracaibo, enamorado de María Gabriela Sánchez W., jugando con el azar de verla, saltándome las clases de la Escuela de Letras, para espirar en los salones de antropología, donde ella a veces se dignaba a aparecer para salvarle la vida a su enamorado. Escribí 252 poemas en una libreta de 254 páginas, que le entregué a la susodicha en un vanaglorioso acto de despecho, diciendo que me lo devolviera cuando quisiera que escribiera un final feliz para esos poemas. No supe de esos poemas, hasta 2014, cuando ella tuvo a bien transcribirlos (ya que no correspondería a mi solicitud de devolverme la libreta, porque la guardaba como un buen recuerdo). Entonces comenzó un proceso de corrección que no terminó hasta el 2018, cuando envié un poema al concurso de jóvenes poetas que lleva como epónimo Rafael Cadenas y que se incluye en Estrategias Fatales con el título de “Memoria de un incendio amoroso que lleva tu nombre”, muy a pesar de que al enviarlo al concurso tenía otro nombre y otras dimensiones. De los 252 poemas, podrán ver que sólo se salvaron 50 textos, muy breves algunos, a pesar de que sus originales corrían en páginas enteras del cuaderno que hoy sólo es un “buen recuerdo” de la mujer que amé.
“Amoritud”, “Creencias del Columpio” y “Pareja” están en el lugar adecuado según su escritura. Fueron libros que escribí casi de un tirón y a los que no le agregué nada a la hora de publicarlos. Así mismo decidí sacar de esta antología y de mi vida un libro que no me complace como autor, que llamé “Poemáticas” y que publiqué apresuradamente (conste que pareciera que toda mi obra es apresurada) y que me trajo muchos problemas con su editor, quien hizo un trabajo deplorable. Espero que se permita renunciar a él con impunidad. El orden los libros aquí incluidos me satisface, creo que podría verse algún tipo de continuidad en la lectura. Desde el más reciente, hasta el primero de ellos en ser escrito. Un degradado desde lo más denso a lo más ligero. Desde una poética del decir que teme ser exacta, hasta las primeras y espontáneas expresiones de mi decir, donde logré, casi milagrosamente, expresar con soltura lo que el poema necesitaba de mí; y que aun con sus marcadas diferencias, siento existe un imaginario coherente entre el más joven, el rebelde, y el apesadumbrado actual que soy.
Pero todas estas reflexiones, aún no explican por qué hacer esta publicación. Puede ser motivado solamente por el ego sano, ese al que hacía referencia, el gusto de ver nuestra obra publicada: sobre todo publicada y corregida. Pero hay algo más en esta acción: obedece a cierta frustración digna de una obra publicada en tan solo 10 años. Estos libros, que han corrido entre las manos amigos, conocidos y desconocidos, desde el 2009 en adelante, pues han tenido la mala suerte de no mostrarse más que fragmentariamente. De 17 poemarios, la mayoría de mis lectores sólo conocen un par de títulos; y las limitaciones técnicas, de distribución y editoriales, hacen imposible que vayan a una librería a comprar los que deseen tener, o en el mejor de los casos, adquirirlos a través de cualquier servicio de impresión bajo demanda en el mundo, es un asunto imposible por las limitaciones económicas a las que estamos sujetos los venezolanos.
En primer caso, esta compilación vendría a poner en manos de mis lectores en una pieza toda mi poesía. Después, es un ladrillo necesario sobre el cual reposar este maratón personal de escribir 17 libros en la soledad de un país sin lectores ni retroalimentación crítica. Dar por concluida una fructífera etapa del decir, dejando a un lado la angustia de tener libros inéditos, consiguiendo una herramienta para colocar de manera eficiente el compendio total en las manos de quienes deseen tenerlo. Aquí se hace evidente la diferencia entre la herencia poética y legado que el poeta quiere dejar: ya que no podemos de ninguna manera decidir cuál será en realidad nuestra herencia. Algunos bienes poéticos habremos acumulado mientras vivimos, pero la muerte es el punto final, y no sabemos cuándo nos llegará la hora de morir. La verdad es que los lectores heredarán de nosotros lo que el destino quiera, los versos que ellos deseen salvar del olvido, y quizá nada se salve realmente del olvido. Pero podemos jugar a dejar un legado, sino lógico al menos premeditado, donde nuestro lector ideal (suena al cliente ideal de mercadeo moderno) pueda entender nuestra intención. En todos los casos, de la devastación del tiempo nada se salvará entero.
Cierro estas palabras pidiendo a quienes leen este libro que lo continúen: es decir, que escriban encima de él; que lo piensen, que lo comenten, que lo rehagan, que descarten (arranquen) los poemas que no les gusten, que sobre sus páginas dibujen gatos o hagan de sus silencios nuevas voces, porque todo lo que crees es de otro, termina siendo tuyo al leerlo. Que estas páginas sean traslucidas, y muestren los versos de mis maestros, y que a su vez, sirvan estos versos como escalones para que ustedes suban con paciencia hasta el dormitorio prestado donde estamos acostados los viajeros cansados de este mundo roto que no para de girar, esta humanidad incomprensible con la que compartimos a pesar de la poesía, que seguirá incólume a nuestros dolores, dejándonos ver a través de las fisuras (casi atómicas) el cósmico hallazgo de vivir.
Luis Perozo Cervantes
Maracaibo, 2 de mayo de 2019
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