Agradezco por brindarnos este libro que nos reta a todos y nos ofrece luces y temas de discusión absolutamente necesarios hoy, para no asistir pasivos ni resignados a esta catástrofe que despoja de la vida a millones de venezolanos. No olvidemos que el éxito económico es indispensable, pero ordenado a la realización humana, sin ignorar la tendencia humana a convertir en dioses absolutos al poder político y al poder económico de unos pocos. Dioses en cuyos altares se sacrifican millones de humanos, no importa que sean de derecha o de izquierda. Una vez que el poder o el dinero, como valor absoluto, lo atrapa se vuelve en negador de la vida de los otros. El poder convierte a los ciudadanos en esclavos cuando ocurre esto. El reto que nos plantea Rodrigo es desarrollar el poder económico y político del país, no como fines sino como medios para recrear permanentemente una sociedad libre, justa y solidaria.
La convivencia libre, solidaria y justa es la aspiración de toda humanidad que no se resigna a su propia negación y la utopía de la fraternidad, cuya plenitud no tiene lugar en la historia, está en el fondo del corazón humano de todos los tiempos y es inseparable de la identidad humana, que no se tiene como posesión sino como horizonte y búsqueda permanente. Es un camino con etapas, logros y fracasos humanos y un imán en el horizonte. Gracias a ella la historia avanza y la humanidad se humaniza y las tiranías son derribadas y las esclavitudes dan paso a liberaciones.
Quiero señalar que Cabezas no se queda en la posición de aquellos, y conozco unos cuantos, que repudian la mala afiliación de la propuesta del socialismo del siglo XXI, y esperan que vengan otros, que sin errores, apliquen bien la misma propuesta. No, la crítica de Rodrigo va a la corrección misma de dogmas y prédicas de la izquierda tradicional que no resisten un análisis serio y científico.
La historia se teje con dos hilos contrapuestos, como son la utopía y la presente y humana realidad. La utopía sin la realidad es una vana ilusión y la realidad sin utopía transformadora, siempre, sin excepción, termina en negación humana y corrupción que se vende al poder y la codicia, convertidos en dioses supremos. Le corresponde a la dirigencia política humanizadora tejer el cambio con los dos hilos contrapuestos, utopizando la realidad y realizando la utopía sin que nunca llegue a la tierra prometida. La realidad es cambiante y no se puede dar cuenta de ella en el siglo XXI latinoamericano y venezolano con repetir lo que dijo Marx –y cito a Rodrigo– hace más de siglo y medio. Las complejidades políticas, económicas, sociales y culturales de procesos de transición hacia el socialismo no recibieron la mirada escrutadora del pensamiento de su principal visionario, Carlos Marx, y la experiencia soviética, junto a lo que llaman socialismo real, fue la antítesis cercenadora de la libertad de la justicia.
También es falso el dilema entre crecer y distribuir. No son excluyentes y necesitamos crecer y distribuir al mismo tiempo. Pero ‘por el peso de los dogmas se optó por lo segundo’, dice Cabezas. Yo agregaría que en el caso de Venezuela la engañosa prédica de que somos país riquísimo petrolero, facilitó la conclusión de que aquí gobernar bien es distribuir al pueblo pobre la abundante renta petrolera, que ya está producida –que no hay que producirla–, pero está robada por el imperio, las empresas, los ricos explotadores y los partidos políticos corruptos. Lo que hay que hacer es acabar con ellos y distribuir la riqueza que ya existe. La revolución distribuirá sin tener que revolucionar la producción de una sociedad poco productiva. Ha sido una terrible ilusión en el poder. Ese acento en la distribución en Venezuela –señala Rodrigo– terminó en asistencialismo y clientelismo sin transformación productiva. La caída de la producción ha sido brutal, más del 60% del PIB en cinco años, con el “exprópiese” irresponsable y aplaudido se combatió a la empresa privada, sustituyéndola por el estatismo
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