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Sobre A Puro Despecho de Luis Perozo Cervantes
El despecho, muchas veces, no indica quién en una relación amó más, sino quién amó de último. Esa duración, sin embargo, se parece a la de los accidentes: el tiempo se congrega abrupta e intensamente en torno a un dolor opaco. Ante el espeso golpe de la desdicha, algunos de los que aman tardíamente prefieren desplomarse en la inconsciencia, otros prueban a recuperar al ser amado, otros quieren cruzar el horizonte de lo insoportable, mientras que otros se atreven inestablemente a habitarlo. Hay quienes se atreven a más y levantan un registro de su estadía en ciertas ridiculizadas parcelas de la angustia. Entre ellos se encuentra A puro despecho de Luis Perozo Cervantes.Mucho más importante que el hecho de que este libro sea escrito por un hombre y un poeta, es el hecho de que el yo poético lo sea. Esto ha impuesto ciertas convenciones. Una es la del llanto —reacción natural si tomamos en cuenta que para muchos hombres el despecho es literalmente un destete—:Por un momento pensé en sentarme a llorarhasta que tú volvieraspara ser sincero lo hiceSi el lloro es una exigencia de las convenciones, citar a Javier Solís, a Vicente Fernández o el fatal Neruda de Los veinte poemas es otra. El problema es apropiarse de ellas sin convertirse en adefesio, cómo no renegar y cómo incluir a los maestros del género, el lugar común de la música y la metonimia del alcohol gemebundo.pasé a Sabinaluego a Pedro Infanteterminé en Javier Solíscon delirium tremensPerozo Cervantes resuelve el problema de las obligadas convenciones melodramáticas del despecho con el empleo de una estructura casi telenovelesca, que incluye la temida palabra “FIN”. De un poema a otro —de una escena a otra— observamos lo que los en estos casos inútiles manuales de autoayuda llaman el proceso de duelo. (Pero no se tome de aquí imprudentes estrategias como el acoso a la expareja.) Los ambientes, personajes y lenguaje de separación y pérdida son conocidos: el tribunal, jueces y abogados, los amigos, las interrogantes sobre el otro, sobre lo que nos pasó, las posesiones compartidas y disputadas, y “la solución, muy ortodoxa / de morirme de amor”. Todo es casi banal y todo es casi trascendente, y ello da la clave del dilema planteado en estos versos:Hay que meterle un poco de dignidad al poemala lloradera puede aburrir al lectoro ¿acaso no valen los despechos orgullosos?Es necesario entonces un poco de dignidad, la dosis suficiente, en textos sobre el despecho orgulloso. Este no es un libro acomplejado por su tema. Vale repetirlo: estos textos quieren hablar con algún orgullo del orgullo del despecho: el orgullo herido del despechado y el orgullo sentido por estar despechado. A pesar de los peligrosos límites de la sensiblería, este énfasis en el orgullo es necesario. El despecho como destete es también desatención inexplicable, el desplazamiento injustificado —para quien lo sufre— del afecto y del interés: “estás cambiando a un artista / por un deportista … pero piénsalo bien, / hay una inmortalidad de por medio”.Temáticamente, el libro se mueve a puro despecho, a fuerza de él. Pero no hay despecho puro, no mezclado. Por ello cuando el poeta —el del poema— confiesaEsto que me pasaes más complejodepende de la tristeza(y palabras parecidas a la misma),el poeta, el que escribe A puro despecho, corre dos peligros. Uno es pretender recorrer todos los virajes de la desesperanza, escribir la versión contrariada de El diario de un seductor y someter el despecho a la estrechez de un sistema. Otro es la dificultad de sostener la tensión poética con un tema de la sensiblería. Este peligro se acentúa por la negativa del yo poético a invocar la dialéctica perdedora que fue muy del gusto de Borges —“sólo es nuestro lo que perdimos”— y que Serrat repitió así: “nada más amado que lo que perdí”. (Citar a Serrat es también una convención del despecho.) …
Dr. Víctor Azuaje
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