Entiendo la vida como una búsqueda permanente de amor, felicidad y conocimientos.
Para alcanzar cualquiera de esos objetivos, los hombres de todas las épocas han hecho cuanto han creído necesario, incluso aquello que ha ido en detrimento de las búsquedas ajenas.
En consecuencia, han recurrido a la agresión del cuerpo y el espíritu, a la agresión social y colectiva y a la destrucción del paisaje circundante y la naturaleza en general.
En nombre del amor, la felicidad y el conocimiento se han cometido tantas tropelías que uno se pregunta cómo es que aún los vemos a los tres como valores positivos.
Paralelo a este acontecer oscuro, los seres humanos también hemos evolucionado hacia la luz y, en función de los mismos objetivos, hemos construido la civilización.
Hemos fundado ciudades, creado instrumentos y leyes para mejorar la calidad de vida y acceder a un conocimiento más amplio y profundo. Hemos discriminado las distintas vertientes del amor, no para separarlas sino para procurar que se complementen: amor divino, de pareja, filial, paterno y materno, grupal, social y amistoso, entre otros.
Cada individuo y cada sociedad han establecido su propia forma de acceder a los tres objetivos y, en el camino, han hallado numerosos obstáculos. Gracias a la memoria, al superar cada escollo, uno y otra han salido fortalecidos y en posesión de una joya adicional a las que buscaban: la experiencia.
La experiencia, como hija de la memoria que es, puede ser transmitida y condensada en imágenes, frases, relatos, testimonios, poemas e incluso canciones.
La misma idea de la búsqueda –cuyo desarrollo es comparable a un viaje o a una aventura–, lleva a que, cuando referimos a otros nuestras experiencias, las personalicemos como si se tratase de hallazgos o descubrimientos.
¡Y en verdad lo son!
Nuestra sensación entonces es similar a la del paseante que descubre , en un camino muy transitado, algo en lo cual los viajeros consuetudinarios no reparan.
En las páginas que siguen, habita una colección de mis hallazgos. He corrido con suerte y, en vez de uno o dos, me he topado con cientos.
Todos y cada uno han sido fruto de experiencias y reflexiones comunes al resto de los hombres pues mis problemas han sido los mismos a los que se han enfrentado y se enfrentarán los humanos de ayer, hoy y mañana.
Los presento en forma de aforismos para lograr su mejor comprensión, difusión y asimilación. Desde su segunda edición, la forma de presentarlos ha variado y se han reunido por temas. También hemos retornado al título original del conjunto: en su segunda edición se llamó Reflexiones nocturnas para crecer en el día. Ahora se redujo a subtítulo.
Con mis aforismos pretendo ayudar al lector a proseguir su búsqueda personal, en pos del amor, la felicidad y el conocimiento.
Por eso, si al menos uno de ellos te sirve para tal propósito, este libro habrá logrado su cometido.
Armando José Sequera
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