Suele decirse que los venezolanos tenemos memoria corta. En lo personal, no creo que esa sea una condición de nuestro gentilicio; diría más bien que esa constante búsqueda de lo nuevo, lo novedoso, lo reciente, incluso lo efímero, ha logrado opacar en nosotros la importancia del pasado. Hemos sido más el “país portátil” que noveló Adriano González León, o ese “país campamento” que genialmente describió Cabrujas. “Lo pasado, pisado”, nos dice el refranero.
No pretendo meterme en las razones de esa tan peculiar forma de ser venezolana, pues personas mucho más calificada que yo han abundado en explicaciones valederas. Simplemente intento insistir en la importancia y la necesidad de poner la historia en negro sobre blanco. Lo escrito es como esas estatuas que permanecen allí, persistentes, señalando obstinadas sus razones en bronce.
Para quienes piensan que la historia comienza con ellos, hasta las estatuas están de sobra. Pero con un lenguaje mudo, ellas también hablan: de eso puede dar fe la de Colón, arrancada como mala yerba, en un vano gesto de negar verdades. Si no está, nunca existió, es la consigna. Las revoluciones parecen ser especialistas en inventar una historia al gusto del mesías de turno.
Hay gente terca. Gente que con obstinación nos invita a releer lo pretérito como lección, tal como Ángel Gustavo Cabrera lo hace en este recuento hemerográfico en dos tiempos: el pasado, tal vez ya remoto, de Rómulo Betancourt. Y el hiriente presente de Nicolás Maduro, ambos sometidos a un examen comparativo cuyo propósito entenderá el lector en el desarrollo del libro.
Y dado que me corresponde ser comentarista de su exhaustiva revisión, no me queda más remedio que introducir mi propia visión, no tanto en calidad de crítico como quizás de complementación de sus juicios. Para Cabrera, Betancourt y Maduro (con sus lógicas diferencias) actuaron con parecida saña, autoritarismo y recurso a la militarización, la tortura y violaciones a los DDHH. El alerta de Cabrera va dirigido a destacar que los perseguidos de ayer son los victimarios de hoy. Las razones, las mismas, con el signo político invertido. Ayer “agentes de Moscú”. Hoy “agentes del imperio”. Las actuaciones, idénticas. La diferencia: la ferocidad e impunidad absolutas de hoy, superan kilométricamente a la represión de ayer.
Hasta aquí coincidimos plenamente. No puedo negar que muchas veces me he reído con las prácticas circenses de los saltimbanquis rojos, apoderándose de un supuesto pasado heroico que, como mucho, llegó hasta “encapucharse” para lanzar piedras desde la impunidad de una UCV , en ese momento, sí, autónoma. La deformación del asunto consiste en que éstos necesitan de un “pedigree” que los acredite como esforzados “revolucionarios”. Hasta allí. ¿Estudios, grados, postgrados, academia? Nada más despreciable para estos personajes. De hecho, su constante prédica y comportamiento ha sido orientar al país hacia el envilecimiento y empobrecimiento del conocimiento. No es casual: nadie puede estar académicamente en condición de superioridad. Es revolución..
No obstante, hay ciertos elementos de carácter histórico que marcan una diferencia entre Betancourt y Maduro. No voy a adentrarme en el nivel cultural de ambos. El libro “Venezuela, Política y Petróleo”, de Rómulo, está al alcance de quien quiera conocer un mínimo de esas diferencias. Así que voy al ámbito de las respectivas elecciones presidenciales: En 1958, recién derrocado Pérez Jiménez, las elecciones arrojaron un 49,18% de votos para Betancourt, mientras Larrazábal (con apoyo de URD, PCV y el MENI) obtenía un 34,6%. Por su parte Caldera apenas llegó a un pobre 16,21%. Era evidente el apoyo popular a Betancourt, cosa que en ese momento la izquierda pareció subestimar. En el caso de Maduro, las recientes elecciones posteriores a la elección “digital” impuesta por Chávez, arrojan cada vez más dudas acerca de la victoria de un personaje cuya grisácea condición no pudo ser más notoria. Betancourt contó, por mucho tiempo de ese primer período, con el apoyo del campesinado y un sólido respaldo popular evidenciado electoralmente. Maduro se inició como presidente bordeando el peligroso abismo de la duda. Sus flagrantes carencias intelectuales empeorarían el panorama.
El caso es que el ascenso de Betancourt y su partido, Acción Democrática, coincide históricamente con el arrollador impacto de la Revolución Cubana en Latinoamérica y el mundo. Y mientras Venezuela inauguraba una etapa post dictatorial, el continente ardía tras el modelo cubano: Barbas, armas, guerrilla, miliciano, guerra, revolución. Palabras que eran el “orden del día” y Venezuela no fue la excepción en este concierto de voces insurrectas. Y en poco tiempo, el gobierno de Betancourt, electo en 1958, enfrentó la lucha armada apoyada por Cuba, quien venía de derrotar la dictadura de Batista. En aquellos años, se declaró expresamente la guerra al gobierno de AD. En el presente, ni siquiera durante las etapas más críticas de enfrentamiento, se ha mencionado algo semejante. A menos que se piense en el ridículo episodio del sainete de los “paracachitos”, una puesta en escena lamentable.
Hoy en día, y tras prácticamente dieciocho años de un gobierno que se ha fosilizado en el poder, y cuya ejecutoria se ha caracterizado por la omnipotencia y omnipresencia de un Estado-partido devenido cuasi-religión gracias al culto grotesco por un personaje de segunda, quedan pocas personas que no califiquen al régimen como dictatorial, en franco contraste con el período Betancourt. La crueldad mostrada por los “próceres” rojos excede con creces a muchas dictaduras tradicionales. Porque ésta carga consigo el ingrediente del totalitarismo. Menuda diferencia!
Este régimen nació bajo el doble signo del populismo descomunal y el totalitarismo no menos abrumador. Se mantuvo con barnices “democráticos” mientras la renta petrolera lo permitió. Con la declinación de la opulencia de los precios, murieron los escasos rasgos democráticos que agonizaban por el estatismo, las expropiaciones y las importaciones orientadas a asfixiar la producción empresarial interna. Hoy únicamente vemos ruinas. Y sobre ellas, un gobierno que sólo conoce dos respuestas al desastre: O lo que se dice del país es mentira; o la culpa es siempre de “otro”, llámese “imperio”, “guerra económica” o iguanas, cachicamos y similares.
Y, ¿Qué decir de los gobernantes de ayer y hoy? Imposible dedicarse a revisar las credenciales en uno y otro caso. Pero hay mucha tela que cortar cuando se abordan la directrices de estos últimos en materia educativa: la mediocrización de una educación supuestamente masificada, el empobrecimiento cultural, la ruina de la infraestructura, el odio manifiesto hacia todo lo que signifique academia, excelencia, tecnologías avanzadas o avances científicos, simplemente nos está revelando el objetivo manifiesto: junto al empobrecimiento material, se impone también el educativo y cultural. Reinar sobre escombros.
Y, “last, but not least”, nos tropezamos con un tema álgido: en este rojísimo mandato, como nunca en la historia del país, se ha sentido la ominosa y aplastante presencia cubana. Quienes abominan del “imperio”, cuyas trazas más obvias de esa época hallamos en la Misión Militar yanqui, hoy no dicen una palabra sobre la escandalosa preponderancia cubana hasta en la sopa. Desde los “babalaos” en la religión, hasta un enormísimo etcétera que incluye educación, salud, notarías, ejército, diplomacia, entrenadores deportivos y pare de contar. En una palabra: la invasión silenciosa. O ni tan silenciosa. Aquí desaparece la entelequia del “patriotismo”, sustituida por el muy conspicuo “internacionalismo proletario”, que permite izar la bandera cubana en instalaciones militares criollitas. El clásico maniqueísmo estalinista, donde los malos son siempre los otros.
Sí. La vida es “maestra vida”. Aprendemos con tropiezos, a veces desfallecemos. Otras, creemos que la justicia se nos escapa por los meandros de una verdad mentirosa. Ante eso, los hechos presentados al desnudo, son quienes tienen, si no la última, al menos la palabra histórica: la inapelable. Porque así pasaron las cosas. Y ése es el objetivo de este libro.
Escribo estas palabras estremecida por el inmenso dolor que me produce mi país, hoy devastado por el poder de la crueldad. Y por la crueldad del poder.
Argelia Bravo
Caracas 20/11/2017
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