
¿Qué es un fantasma?, preguntó Stephen.
Un hombre que se ha desvanecido hasta ser impalpable,
por muerte, por ausencia, por cambio de costumbres
James JoyceNo nos une el amor sino el espanto;
Será por eso que la quiero tanto
Jorge Luis Borges
México significa en náhuatl “lugar en el ombligo de la luna». Ya se sabe: nombre es destino. No es posible vivir sensatamente en un país con tal significado. Sus habitantes, por derecho propio, están curados de espanto. El mexicano, desde que nace, aprende a confraternizar con engendros invisibles, apariciones fantasmales, ánimas del purgatorio, chanates, demonios, endriagos y nahuales como si fueran parte de la familia, como si fueran sangre de nuestra sangre; para conjurarlos o habitarlos, el ciudadano se sirve de chamanes, brujas, hechiceros, curanderos, sanadores y poetas, distribuidos por todo el territorio nacional. No hay mexicano respetable que no haya tenido experiencias con el otro mundo, no hay quien no conozca a un amigo de un amigo que es amigo de alguien que tiene el poder de alejarlos o convocarlos. Dime quién es tu fantasma y te diré quién eres. Como en todo, hay jerarquías. Hay de fantasmas a fantasmas, y lo sobrenatural adopta la forma que le da la gana, sobre todo aquí, en el lado oscuro de la luna.
México es próspero en empresas fantasmas – no existen pero generan millonarios dividendos a sus miembros privilegiados-; en muertos con conciencia política – no es raro que el número de votantes en las elecciones presidenciales, por ejemplo, supere y por mucho a los inscritos en el padrón electoral-; en maestros inverosímiles que ganan un sueldo respetable sin que nadie sepa dónde viven, de dónde son ni cuál es su nombre; en pueblos fantasmas, habitados únicamente por el silencio de los ausentes, quienes han tenido que abandonar sus tierras para buscar nuevos horizontes, en ciudadanos jubilados que siguen cobrando sus pensiones mucho tiempo después que se han ido de este mundo; en criminales fantasmales- porque aquí nunca pasa nada y cuando pasa, nadie sabe nada- en difuntos que alegremente comen y beben de nuestra mesa una vez cada noviembre-, en fantasmas del engaño- ¿quién no ha recibido en su correo electrónico la noticia de que se ha ganado una gran herencia o le ha caído en suerte disfrutar del negocio del siglo?- y, naturalmente, en fantasmas descarnados y deshuesados. Vivimos con ellos, a pesar de ellos, gracias a ellos. México está curado de espanto. Si Kafka hubiera nacido aquí, dice un chiste muy conocido, sería un escritor naturalista.
Los espíritus de nuestros ancestros siempre están mirándonos desde el cielo o están junto a nosotros, cuidándonos, asegurándose de nuestro bienestar. Los mexicanos no nos deshacemos de nuestros muertos., los adoptamos en nuestras vidas; llevan una vida paralela a la nuestra y saben de nosotros mientras nosotros no sabemos nada de ellos. Solamente la convicción de que nos miran desde el cielo, los torna divinos. Y nosotros, los vivos, los elevamos al pedestal de lo más sagrado.
Es paradójico que mientras más nos sumergimos en los muertos, más se nos ilumina la vida. Pareciera que no vinimos de la vida, sino de la muerte. Es algo cultural: como que todos hemos vivido en Comala[1].
Algunos nos son tan familiares que forman parte por derecho propio de nuestro árbol genealógico.
Y es que a nosotros los mexicanos, nos brotan muertos y fantasmas por todos lados.
Hay fantasmas ancestrales, convertidos en leyendas y romances. La Llorona es un muy buen ejemplo de ello[2]
Los más afortunados, vagan por los pasillos de las casas deshabitadas y comparten con nosotros gatos, chirridos y humedades, o se aparecen en todos los kilómetros 13 de nuestras carreteras, al filo de la media noche, para recordarnos nuestra mortalidad o en los callejones oscuros del Paseo de las Ánimas, o son huéspedes cotidianos en nuestros sueños más yermos.
Los distinguidos llegan a convertirse en literatura.
Hoy nos ocuparemos de éstos.
Imagine por un momento a un niño de ¿cinco, seis, siete años?, atormentado por demonios blancos. ¿Cómo hacerles frente?+ Los escenarios son casi siempre los mismos: una casa en donde pasa de todo – voces sin cuerpo, objetos que se mueven, energías malignas, figuras tiznadas en las paredes, llamas crepitantes con vida propia, muertos encaramados, ruidos impronunciables- y la soledad, la soledad de sus habitantes, ya porque se sienten incapaces de combatir el miedo, ya porque les parece una tarea inútil por absurda. ¿Dónde hallar el botiquín de primeros auxilios para conjurar demonios y fantasmas?
Hay jerarquías, incluso entre los fantasmas. Un famoso cazador de ellos los divide en ocho categorías: Elementales, Poltergeist, Fantasmas históricos o tradicionales, Manifestaciones de improntas mentales, Apariciones relacionadas con situaciones de crisis o cercanas a la muerte, Saltos en el tiempo, Fantasmas de los vivos, Objetos inanimados encantados. JCPozo los ha vivido todos y de todos ha aprendido.
Los he visto velando mis sueños, durmiendo a mi lado; me han visitado fantasmas de todas clases: los llenos de rencor, que traen fuego al cuerpo; los que hipnotizan con sus ojos de rubí, visión que se fosiliza en el miedo; los gentiles, que llegan a aliviar mis temores; los alegres que danzan en su propio mundo celebrando el advenimiento de tiempos de abundancia; los discretos, que nunca interfieren en el universo de uno; los buenos, de ojos de esmeralda, me aseguran que en su presencia habrá paz segura y que cada mañana es siempre la esperanza de una nueva vida.
¿Qué fue lo que originó tanto trajín fantasmal?, se pregunta el autor. ¿Un sentimiento de culpa, un trastorno psicológico, un trauma infantil, poderes sobrenaturales? ¿Ausencias impronunciables, muertes repentinas, cambio de costumbres?
La respuesta no importa, porque JCPozo es el único sospechoso.
Porque, ¿Cuántas veces podrá vivir y morir un muerto? Quizás dependa de la sinceridad de nuestros deseos.
No obstante, entre JCPozo y sus espectros se esconde una historia de amor. Tal vez sólo los una el espanto; quizá por eso se quieren tanto. Como aquel amor desventurado que nos ha partido en dos, dejándonos huellas que el tiempo no podrá borrar y que, sin embargo, añoramos. No cabe duda: JCPozo nostalgia. Algo sucedió hace años porque hace tiempo que ya no lo visitan. ¿Por qué antes y no ahora? ¿Qué ha hecho para merecer el olvido, qué delito para el desprecio?
¿A dónde se fueron mis fantasmas? ¿A dónde van después del cuerpo? ¿Dónde se encuentran sus nidos o de dónde vendrán? ¿Volverán aquellos tiempos o se habrán dado finalmente por vencidos? Quizás sin saberlo, uno de ellos ya vive aquí adentro conmigo, justito al lado de donde habita el niño.
En el ombligo de la luna, segundo libro del autor, abandona los cuentos costumbristas y alegóricos de su primera obra y nos regala una historia que pretende ser autobiográfica, la génesis de un miedo incontrolable y que sin embargo, como toda obra personalísima, se convierte en un documento universal, espejo común y corriente en donde cualquiera de nosotros puede contemplarse.
En la primera parte- Los visitantes nocturnos– JCPozo nos cuenta sus peripecias infantiles y narra en primera persona, lo que le ocurrió siendo niño, el abuso cósmico del que fue objeto.
Noctámbulos bajo el mismo techo, mis visitantes y yo sufríamos los mismos desvelos. Tantas veces los tuve a mi lado, que nos volvimos compañeros de miedo, mis cuates siniestros del trasmundo. Mis pesadillas engendraban toda clase de visitantes nocturnos que se advertían en el subconsciente y se materializaban de frente.
Y dice con ingenuidad. No sé cuál haya sido el común denominador; el responsable de invitar a los visitantes nocturnos a entrar en mi vida. ¿Por qué decide un espanto visitarnos? Es tanto como preguntarse ¿Por qué me he enamorado de aquel o de aquella y no de otro y no de otra? Otra vez no hay respuesta
En la segunda parte – Reflexiones nocturnas del más adentro – abandona sus memorias y nos ofrece cuentos que abordan la misma témática, historias que podrían haberse escrito en otro idioma, en otras latitudes, porque la historia de fantasmas y aparecidos es tan vieja como el mismo hombre. Aquí habla de oídas, de lo que le han contado, lo que ha imaginado, lo que ha aprendido. Vuelve el tema que ya lo angustiaba desde niño: la realidad no nos pertenece; no somos de aquí, de otros, de otros será. Entonces cabe una pregunta filosófica: ¿De dónde vendrán los fantasmas? ¿Cuál es su mundo? ¿Y si nosotros fuéramos los fantasmas de otro mundo, un espacio ajeno que aún no descubrimos? ¿Y si los fantasmas fueran en realidad la auténtica creación de Dios y nosotros sólo sus pálidos reflejos?
En Otras voces -la tercera y última parte- le da voz a sus alumnos, quienes dan testimonio de sus propias experiencias sobrenaturales. Así se siente menos solo, nos sentimos menos solos; hay otros que nos confirman nuestra cordura. O quizá todos estamos locos.
Y es que se puede percibir a las personas que han visto fantasmas; tienen una expresión de profunda humildad ante lo desconocido, ante lo monumental. no importa la nacionalidad ni la religión que tengan; todos somos cómplices de un secreto que nos cuesta revelar. No porque nos tachen de zafados, que no pocas veces sucede, sino por abdicar a nuestra más sagrada intimidad; por abrir el arcón de lo sagrado, para frívolas sensibilidades.
Los fantasmas de JCPozo nos recuerdan una tesis antiquísima: el mundo es sueño, un sueño que vive entre nosotros, un mundo que no obstante invisible, tal vez por ello, es una parte esencial de nuestra humanidad.
Entre el Otro tú y el Otro yo, habita un fantasma. Su hogar somos nosotros. Está en medio de un abrazo, en una caricia perdida, en un amor abandonado, en los sótanos de una casa embrujada- ¿que casa en México no lo está?
JCPozo ve fantasmas, siente su presencia. Narra sus experiencias y gracias a ellos se descubre y nos descubre. No es de ellos de quienes habla, habla de nosotros y por nosotros, los que nos creemos vivos, más vivos que nunca, en la medida de que nos envuelve el miedo. El fantasma es la voz en off que nos descubre y nos da presencia. Sin ellos, acaso no existiríamos.
Somos nuestro miedo. ¿Quién es el capturado? ¿El visible o el invisible? ¿Y qué está significando? Sospecho que algunos se han quedado a vivir aquí dentro. Si es así, entonces ya no se esconden más. De mí salen y regresan a placer; en lo que canto, en lo que cuento y, más que nada, en la mirada; en la mirada del artista, en la historia de sus combates.
En el ombligo de la luna se habla de todos nosotros. En una época en donde el miedo anda suelto, necesitamos historias que nos permitan lidiar con nuestros temores. Paradójicamente, el miedo nos permite bexaminarnos y en la historia de horror encontramos el sentido de un mundo sinsentido.
Ahí está JCPozo para contarlas
Cuando terminamos de leer el libro, nos hacemos una última pregunta. ¿En verdad existen los fantasmas o son el resultado de una alucinación colectiva? ¿Se trata de los delirios de una persona trastornada o tal vez con personalidad esquizoide que quiere contarnos un cuento que supone real pero que no lo es? ¿Es acaso la representación del lado oscuro e irracional de un niño atormentado por sus culpas, un demonio renuente a ser exorcizado, una memoria deficiente o un trauma infantil convertido en un monstruo aterrador?
Me atrevo a sugerir otra opción. Quizá sea simplemente la relación complicada entre el artista y su musa. Una musa que en nada se parece a la elegancia de las clásicas, es cierto, más afín a las harpías que a las divinidades protectoras de la música y la poesía, pero musa al fin y al cabo, responsable en buena medida de convertir a un hombre de la calle en un creador.
Finalmente pregunto: Si a JCPozo le hubieran dado la opción de elegir, ¿hubiera preferido una infancia sin sobresaltos y a cambio renunciar a sus dotes creadoras?
No obstante los padecimientos, como cualquier otra historia de amor, yo me atrevería a decir que no.
Enrique Pozoblock,
Ciudad de México, 2019.
[1] Comala, es un pueblo ubicado en el estado de Colima, conocido como el “Pueblo Blanco de América”. Asimismo es el nombre de la localidad en donde se desarrolla la historia de Pedro Páramo, la novela de Juan Rulfo. El Comala literario ubicado, “sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del infierno”, es un pueblo habitado por fantasmas. Ignoramos si sus habitantes alguna vez vivieron o se trata simplemente de un sueño. Al preguntarle sobre la muerte de Comala, Rulfo respondió: “Yo no me preguntaría por qué morimos, pongamos por caso; pero sí quisiera saber qué es lo que hace tan miserable nuestra vida. Usted dirá que ese planteamiento no aparece nunca en Pedro Páramo; pero yo le digo que sí, que allí está desde el principio y que toda novela se reduce a esa sola y única pregunta: ¿dónde está la fuerza que causa nuestra miseria? Y hablo de miseria con todas sus implicaciones”.
[2] +Leyenda que narra los amores entre una mujer indígena y un caballero español. Ante el abandono de su amante, La Llorona asesinó a sus tres hijos, suicidándose después. Desde entonces, encarnada en espíritu errante, recorre el territorio nacional gritando, horrorizada, ¡Ay mis hijos!
Más historias
«Para Cabrera, Betancourt y Maduro (con sus lógicas diferencias) actuaron con parecida saña, autoritarismo y recurso a la militarización». Argelia Bravo sobre «Venezuela insurgente» de Ángel Gustavo Cabrera
¿Por qué leer este relato, si ya me sé el final? Por Javier Gómez G.
[Reseña]: A propósito de ‘Los tiempos cambian’ de Luis Armando Ugueto. Por Gisela Kozak Rovero