El discurso no pudo ser pronunciado por la represión policial a las puertas del Rectorado de la Universidad.
Permítanme que comience estas palabras agradeciendo la generosidad de los estudiantes de esta Universidad, que me solicitaron deponer todo desanimo por la hora aciaga que vive Venezuela, para acompañarlos en la conmemoración cualitativa de este acto, con motivo del septuagésimo cuarto aniversario de la reapertura de la Universidad del Zulia.
No podía negarme. Entre el legado de Cristo a sus apóstoles, siempre valoré la enseñanza del agradecimiento. Suele decirse que “De desagradecidos está lleno el infierno”. Y los egresados de la Universidad del Zulia tenemos una impagable deuda con esa Alma Mater que nos formó para la vida profesional. Por eso en mis setenta y cinco años de vida cada vez que se me presentó la ocasión, le respondí con actos de gratitud a esta Casa de Estudios.
Así lo hice cuando aún sin graduarme de Abogado, siendo Vicepresidente de la Federación de Centros Universitarios, representé a este estudiantado en Congresos Nacionales e Internacionales. Cuando la Facultad de Derecho, próximo a regresar al país, después de cuatro años de post grado en Paris y Roma, me solicitó traer los pensa de Ciencias Políticas de Francia, Italia y España para abrir la Escuela de esa especialidad en Maracaibo, me esforcé en cumplir la encomienda.
Siendo Presidente de la Fundación Zuliana para Cultura, que agrupa a los zulianos residentes en Caracas, me aboqué a organizar en el auditorio del Banco Central de Venezuela los 100 años de la creación de la Universidad del Zulia; presenté en el auditorio de PDVSA el Orfeón de nuestra Universidad y acompañé en Caracas, complacido, a los Rectores Imelda Rincón y Neuro Villalobos en la develación de un busto del Dr. Jesús Enrique Lossada en el Palacio de las Academias. Cada vez que diversas Facultades me han invitado como conferencista he aceptado gustoso. Porque uno vuelve siempre a los sitios donde amó la vida.
Hacemos bien en recordar sin regodearnos este aniversario, para que quede siempre en la memoria de profesores y estudiantes este desgraciado episodio de los tantos que le ha tocado vivir al Zulia, por culpa del asfixiante centralismo que ha padecido la provincia venezolana, en un Estado que en su constitución se pavonea de federalista. Menos mal que en aquel año de 1946, el Zulia contó entre sus hijos a un varón esclarecido como Jesús Enrique Lossada, que con el don de la paciencia, pudo sortear toda clase de obstáculos para que tras la oscuridad volviera a brillar el sol. Y es que como dice Santa Teresa, doctora de la Iglesia “nada te turbe, nada te espante, Dios no se muda y la paciencia todo lo alcanza”.
Y me refiero a la paciencia, porque pocos conocen que la reapertura había sido decretada desde 1936, pero el desafecto de los gobiernos centrales contra el Zulia, nos hizo esperar todavía diez años para que cayeran, como dice el propio Lossada, “los cerrojos de la arbitrariedad” y volvieran a abrirse las puertas de la Universidad.
Y volvió aquella Universidad fundada en 1891, pero cuya génesis data de 1813, cuando el inolvidable José Domingo Rus, Diputado por Maracaibo ante las Cortes de Cádiz, la propuso a la corona española. Por cierto, permítanme que en este acto llamémoslo de desagravio a la inteligencia de esta tierra, también lo extienda a este eximio marabino que pidió tantas cosas para Maracaibo y entre ellas el escudo de la ciudad, hoy cambiado por un malhadado decreto de uno de los Alcaldes de limitados horizontes e ignorancia delirante que ha tenido esta urbe.
No pretendo yo Señores, en esta calurosa mañana y en un año ya marcado por tribulaciones y penurias, pormenorizar más lo que significó en los años posteriores aquella reapertura. Prefiero cabalgar en el espíritu de Jesús Enrique Lossada que pensaba que “La Universidad contemporánea no ha de resignarse a ser simples casas manufactureras de doctores y profesionales”.
El rol de la Universidad del Zulia en los años venideros tiene que ser el de unirse definitivamente al progreso de esta región, porque como tantas veces lo he dicho El Zulia es nuestra primera patria. Estamos frente al desafío de exigir al nuevo gobierno después que sea derrocada esta dictadura, que se defina si va haber un auténtico federalismo, si vamos a ser una provincia autónoma o si lo que quieren es que mediante un referéndum pidamos la independencia y seamos la República del Zulia. Estas son las tres opciones.
Este territorio de inmensas riquezas, con petróleo, carbón, petroquímica, salida al mar, con el lago más grande la América del sur, productor de carne y leche, mangos, tomates, guayabas, uvas de mesa, cacao porcelana, plátanos, camarones, con una sierra de Perijá llena de minerales que van desde el uranio hasta de ámbar, relámpago del Catatumbo y un centenar de cosas más, no puede esperar el siglo XXIII para propio desarrollo. Como dice un dicho o inventamos o erramos.
El Zulia necesita salvar de la contaminación el Lago de Maracaibo, elevar a la misma altura de Curazao, Aruba y Bonaire, a Isla de Toas, San Carlos y Zapara. Hay que recuperar el Puerto y Aeropuerto de Maracaibo y colocarlos a la altura de semejantes en Estados Unidos y Europa. Maracaibo necesita un gran Museo de Bellas Artes, formidables Hospitales en Cabimas, El Moján y Machiques. Con una Secretaría de Asuntos Internacionales desde la Gobernación tenemos que entrar en contacto directo con los países desarrollados para la exportación de productos agrícolas. Recuperar el viejo edificio del Liceo Baralt hoy abandonado, para convertirlo en un formidable instituto donde se formen los futuros gobernantes y profesionales de calidad de la región.
Venezuela está arruinada. La profundidad del desconsuelo que sufrimos, es porque otrora conocimos el progreso. Y los zulianos sabemos de eso. Cierto es que hay que darle sentido a esta amargura, empinarnos sobre esta miseria confusa, para oponer resistencia al espíritu de resignación.
No puede el pueblo venezolano seguir amenazado por los sables del despotismo, acostumbrado al crepúsculo, con un gobierno de escasa dignidad, cada vez más desprestigiado internacionalmente, cubierto de oprobio, manteniéndose en el poder haciendo uso de la audacia, que es la fuerza de los débiles, con las manos ensangrentadas como lo ha revelado el último informe de las Naciones Unidas, donde se enumeran las atrocidades y torturas de los presos políticos que aún siguen en los calabozos del régimen.
La voz de la conciencia me tacharía de cobarde, si callara en este momento lo que me voy atrever a decir: nadie en esta hora aciaga, ni con unas elecciones fraudulentas, ni con cantos de sirena, ni discursos demagógicos, nos va a reparar el hambre, el exilio, las cárceles, la inseguridad, enfermedades, la falta de gasolina y medicinas y sobre todo la impotencia que sufrimos, con este desconsuelo. Y ya no vale seguir pidiéndonos paciencia benedictina, pacifismo, valor patriótico. Hay que salir a la calle, le pedimos a Latinoamérica que nos ayuden con una operación libertaria.
El pueblo venezolano al haber sufrido este calvario de veinte años de destrucción, merece tras su calvario, una resurrección, una reconstrucción de las áreas devastadas por el chavismo. Y esa recuperación económica va unida a la necesidad de una elevación del nivel de vida del pueblo venezolano, arruinado por la dictadura de Nicolás Maduro. La tragedia del pueblo venezolano, Señores, bien merece el Premio Nobel de la Paz.
El ex Rector Ángel Lombardi, se atrevió a pronosticar en uno de sus discursos que el siglo XXI traía amenazas apocalípticas, un futuro amenazante pero a la vez esperanzador de un nuevo tiempo. Que cada época tiene su Universidad y es a lo que nos hemos venido refiriendo.
Por cierto y a propósito del virus chino que azota al mundo, déjenme evocar aunque sea por un instante, un recuerdo triste y a la vez hermoso: el aporte de los estudiantes y la Universidad en lo que se dio por llamar la gripe española en 1918. El historiador Nerio Belloso narró para la posteridad en un artículo publicado en el Boletín del Centro Histórico del Zulia, lo que ocurrió en Maracaibo, aquellos días cuando otra pandemia azotó al mundo, a Venezuela y al Zulia.
Lograron la Gobernación y la Diócesis del Zulia ponerse de acuerdo y fundar la Liga Sanitaria, integrada por médicos, comerciantes y funcionarios de prestigio. La presidia el inolvidable Obispo del Zulia, Monseñor Arturo Celestino Alvarez, que resultó ser un ángel enviado por Dios para socorrer a nuestro pueblo, porque a toda hora se le veía recorriendo las calles para transportar hasta centros de salud los enfermos. El Zulia agradecido pidió a la hora de su fallecimiento, años después que le regalaran su corazón, para recordarlo siempre y en efecto se encuentra en la Catedral de Maracaibo.
Hubo 828 muertos, pero en esos días los estudiantes zulianos, que por culpa del cierre de la Universidad, seguían estudios de Medicina en Caracas, le pidieron a la Cruz Roja que los trajera a su tierra para socorrer a sus paisanos, ellos fueron entre otros Eduardo Osorio, Jesús Chataing, Julio Criollo, Héctor Landaeta y Rafael Belloso Chacín. Se instalaron en la Calle Ciencias en la vieja casona de la Universidad, a la que dieron por nombre “Hospital Universitario” y desde allí día y noche atendían a los enfermos atacados por la epidemia. Un recuerdo tembloroso de emoción para esos estudiantes, que vinieron a aliviar dolores, curar heridas, salvar vidas que fueron buenos y eran zulianos.
Ya para concluir, debo decir, que la Universidad del Zulia, tiene que ser recuperada totalmente, sus actuales autoridades y en general su profesorado, han dado lo mejor de sus existencias por salvaguardar la institución. Pero es de reconocer que con las restricciones impuestas por el Tribunal Supremo de Justicia, amenazando la autonomía universitaria y la libertad de catedra, estas autoridades se encuentran agotadas y deben estar dispuestas a dar paso a las nuevas generaciones que tomen a su cargo el timón de la nueva universidad, que sin dada surgirá después de estos angustiosos meses, de estas horas lúgubres, llenas de estrecheces y zozobras. El Alma Mater no puede seguir siendo una Universidad mendiga, con sueldos raquíticos y de miseria de los profesores, laboratorios cerrados, aulas y espacios en general saqueados por aves de rapiña de variada extracción.
Por eso hay que convocar a un voluntariado universitario de estudiantes, profesores, egresados, empleados y obreros, para reconstruir la que es parte de nuestras vidas: la UNIVERSIDAD DEL ZULIA, ella que fue en otros tiempos de infortunio planta débil y pequeña, debe volver a ser, con palabras de Jesús Enrique Lossada “árbol de follaje denso, agobiado por los frutos de la ciencia a cuya sombra se acogerán nuestras generaciones futuras”.
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