Si mis ojos fueran capaces de mirar,
como Basho y Mondrian contemplarían
este asfalto mojado, el automóvil
reluciente en mitad de la garúa,
la mujer que camina, sus zapatos,
el cielo engordado por la nubes,
aquel reloj que cronometra el vuelo
de un triángulo ligero de palomas
(y en fin, árboles y charcos y camisas
y postes y anteojos y vidrieras),
si me fuera posible mirar esto
que en equilibrio puntual ha amanecido
haciendo de la calle una textura
de planos y ángulos sedantes
donde todo, al vibrar, es traspasado
por el único relámpago vacío,
Caracas no sería —desde siempre—
esta costumbre absurda, arrinconada,
sino el centro real del universo
que puede ser cualquiera de sus puntos
para el Génesis libre de los ojos.
(Para Ariel Jiménez)
Excelente texto, leído hoy a las 5,51 a.m. Armando aún presente.