Descripción
Nunca debí haber comenzado a escribir esto: y no es que me arrepienta o que no valga la pena lo que estoy a punto de decirles, sino que este libro, “Los grilletes invisibles”, es por sí solo un monumento a las palabras que deben pronunciarse y pone a prueba cualquier forma del decir que no se sustente con la realidad.
En el oficio del poeta hay muchas interrogantes que parecieran estar resueltas de antemano a la hora de escribir, pero que bien pensadas, pueden trasnochar hasta a las mentes más preclaras: la forma, el tema, lo poético como fenómeno vital y el motivo (todos conceptos manidos e inatrapables).
En el siglo XX los autores de las vanguardias se esforzaron por llevar hasta el límite de cada definición de lo que es la poesía, pero, al romper los conceptos, creaban nuevos y extensos abismos, que necesitaban ser llenados con ideas y palabras. Fueron tan rápidas y sucesivas esas rupturas, que no ha habido tiempo (y quizá no habrá) para completar con sentido las conexiones de la realidad y la ficción poética. Por eso, el fruto maduro de hoy parece estar divorciado de la raíz: en algún momento se rompió el hilo positivista del arte y quedamos encerrados en el desconocimiento de todo que se justifica con nada.
En la poesía, parece que una vocal puede ser un poema, y que un soneto es un artilugio cretácico, fosilizado, perdido en el tiempo. Pero lo que es peor aún, parece que todo y nada (al mismo tiempo) está permitido. La crítica acepta a cada uno desde su intento por ser auténtico y no por su valor señalable, apreciable, decible.
La poesía se ha vuelto lo que siempre fue: un espacio confesional, un discurso catártico, una manera de documentar líricamente las intimidades del poeta, una transcripción adulterada de todo aquello que es capaz de asombrar, una forma de definirnos como individuos y como especie. Pareciera que tener que señalar estos elementos para salvaguardar la calidad de un poema, fuera un intento por mantener a la poesía dentro del rango de lo espiritualmente útil.
“Los grilletes invisibles” de Luisa Villalobos es una experiencia de lo “funcional almático”: un texto que viola las leyes de lo decible, que nos hace preguntarnos ¿Cuál es el motivo para escribir un poema? ¿Hay elementos poéticos en lo traumático de la vida, en lo réprobo, en lo insano? ¿Es verdaderamente importante que el tema del poema sea tangible o le resta a la ficción tener un tema tan real? ¿Y la forma, es que existe un molde para decir algo que pareciera haber nacido para ser callado?
El argot popular pide que los trapos sucios se laven en casa, es decir, que nuestras más oscuras representaciones de lo real sean escondidas, porque debemos aparentar normalidad, debemos ser humanos estandarizados, debemos acoplarnos al lineamiento de la decencia. La actualidad dicta un hacer diferente: todo en las redes sociales es exhibición, denuedo, desnudes ¿y la poesía en qué lugar queda de esta polaridad engañosa?
Seguro tus abuelas al leer estos textos, habría pensado para sí mismas que hubiese sido mejor callar estos sentimientos para siempre: las violaciones por siglos fueron encubiertas, los embarazos no deseados morían en el suspiro de madres abortivas que cuidaban el buen nombre de la familia, las adicciones jamás fueron tema de conversación en la mesa de un domingo familiar, la depresión y el suicidio parecían temas condenados al ostracismo: cada una de estas ideas pesan como grilletes en el alma de quienes no consiguen articular palabras para abrir las cerraduras que les aprisionan.
Yo no sé qué hacen los familiares con las cartas que dejan los suicidas: este libro me obligó a formularme esa pregunta; o cómo callan en complicidad cuando un familiar ha abusado sexualmente de una niña en el hogar: ¿qué clase de conciencia metálica puede con ese peso?
“Los grilletes invisibles” es un libro único en nuestra literatura, porque presenta a la voz ardida de una mujer que, como una serpentina de sangre, se abre ante nosotros como una herida sin sutura, buscando el alivio que confiere la exposición, el frescor en que se baña una resaca de siglos que es incapaz de contenerse, el mustio intento de mostrar la mano limpia de pecados como si fuéramos los Pilatos de la modernidad huyendo de la sombra acusadora de nuestro silencio.
Luisa Villalobos no está pidiendo perdón ni necesita lástima, no debemos equivocarnos, estamos frente a una composición poética que va desde la inocencia quebrantada hasta la agonía existencial: de Pandora a Hamlet. No estás leyendo un libro de vanguardia, no estás caminando por el estrecho margen que existe entre el arte y la verdad, no estás perdido en ti mismo o en el otro sin encontrar salida: lo que sí está sucediendo ante tus ojos, en cada página de este libro, es qué ante tu miopía social, se vislumbra el sarpullido, la piel gangrenosa y el pesado metal de los grilletes invisibles que castigan el alma de millones.
Nunca debí comenzar a escribir esto: mis palabras no bastan para callar el quejido de lo que somos y la manera en que, dentro de nuestro mar de privilegios, olvidamos que hay brechas mortales abiertas en la psiquis de niñas y mujeres (y de muchos hombres también), que por más que la sonrisa quiera disfrazar el dolor, hay por dentro un sentimiento que no encuentra las palabras exactas para escapar al mundo a través de la pronunciación.
Ojalá este acto de coraje y valentía que Luisa Villalobos ha querido convertir en poesía y que dio por nombre, por demás sugestivo, “Los grilletes invisibles”, sirva de ejemplo a miles de seres humanos que hoy están encadenados al dolor. La liberación de uno, es el camino a seguir de muchos.
Luis Perozo Cervantes
Maracaibo, 24 de marzo de 2021
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