¿Qué amo en él? Sin duda, no una belleza que responda a los estúpidos estereotipos de mi cultura; no un determinado valor de cambio en la economía del gusto vigente.
Amo un cuerpo transfigurado por una psique, una historia existencial y un desarrollo ético. Lo que mantiene encendida mi incandescencia pasional es la multitud de resplandores súbitos e incesantes que iluminan su carne desde adentro, en una rotación de fogonazos vivos que no acaba nunca: cierta especialísima manera de mirar, con intensidad impregnada de dulzura, los objetos; una risa tan pulcra y ebria como la de un niño; una forma de la gravedad que lo desampara, lo deja a la intemperie, humilde y conmovido; un modo de caminar que revela, en solo unos segundos, su voluntad de sobreponerse a la vacilación innata; una torpeza manual que, misteriosa y milagrosamente, no puede sino confraternizar, en el dibujo de un mismo gesto o ademán, con la elegancia espontánea; una fuerza viril en perpetuo estado naciente, ruda y suave, bulliciosa y tersa como la del agua.
En fin, amo el movimiento de inocencia que se desplaza por su cuerpo, animando inconfundibles ángulos, concretos relámpagos carnales.
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