Prólogo al libro “La jugada maestra de Rómulo Betancourt” de Rafael Simón Jiménez
Rómulo Betancourt pudo haber repetido esa frase atribuida a Napoleón Bonaparte: “Mi talento es ver claro”. Un precoz talento que le permitió ver con claridad que la alternativa para la Venezuela gomecista no eran los viejos caudillos liberales que desde el exilio soñaban con la revancha; tampoco el proyecto soviético que encandiló a media humanidad en los años 30 del siglo pasado. Una claridad que le permitió jugar magistralmente sus cartas durante y después de 1958. Su personalidad marcó de tal manera a este país que sin acercarse a ella difícilmente se puedan comprender los últimos 40 años del siglo XX venezolano.
Resuelto y obstinado; independiente, productivo, decidido, practico, visionario, optimista, valiente y seguro de sí mismo, fue un líder nato; pero también hostil y rencoroso, sarcástico, autosuficiente, dominador, porfiado y prejuiciado; orgulloso y muchas veces insensible, no perdonaba a nadie con facilidad. Probablemente el tipo de persona que tenía en mente Maquiavelo cuando escribió su Príncipe.
Pero por encima de todo Betancourt era un político; no cualquier político, era la encarnación misma de la Política; quizá la mejor definición de su carácter y su actitud ante la vida, la dio él mismo:
…”Esta auto confesión parecerá extraña a tantos que me consideran un duro. He ocultado mi raigal capacidad para querer -que sólo conocen mis familiares y amigos más íntimos- porque he vivido la mayor de mi existencia dentro de una jungla: la política. En ella sólo alcanzan a sobrevivir lo que saben responder a un golpe recibido del adversario con diez más que se le devuelven”…
Queda claro que él no era precisamente partidario de dar la otra mejilla ante la ofensa de un adversario. Lo curioso de esa afirmación es que no concuerda plenamente con otra hecha por él años antes, febrero de 1958, para ser precisos, al regreso de su último exilio forzado, cuando en una especie de mea culpa llamaba a poner fin al canibalismo político en Venezuela.
En 1958, luego del doloroso aprendizaje de los diez años del régimen militar, era consciente de los riesgos que implicaba la lucha política despiadada para el país y, por tanto, se hizo promotor de un sistema político donde no fuera necesario la destrucción del enemigo…pero si las reglas eran las de la jungla, él estaba dispuesto a jugarlas.
Betancourt sobrevivió a la jungla política venezolana como el líder que sentó las bases del sistema político-institucional (civil, además) con más durabilidad en la historia republicana de Venezuela. Sin embargo, su estilo polémico, agresivo y pragmático no contribuyó a crear un consenso pleno por parte de la nación ante su figura y su legado sino casi hasta el final de su vida.
Incluso, una década después de su fallecimiento, cuando en medio de su profunda crisis la democracia representativa fue sometida a inclemente enjuiciamiento, la personalidad histórica de quien fuera el principal arquitecto de la misma no escapó al cuestionamiento de los críticos del sistema. Las facturas pendientes y las viejas acusaciones de todos los damnificados reales o imaginarios del 18 de octubre de 1945 y de la lucha armada de los años sesenta se pusieron nuevamente de moda. El hecho de que en ninguno de los dos gobiernos que presidió, él o algún otro miembro de los mismos, fuera señalado por algún acto de corrupción, en una sociedad donde el mejor negocio, desde por lo menos 1830, era controlar el poder del Estado, se dejó de lado destacando en cambio la falta de sosiego y tranquilidad que los caracterizó.
Pero luego, en un nuevo giro en la rueda de la historia, la reacción contra el orden político establecido a partir de enero de 1999 comenzó a reivindicar al bachiller, luchador, periodista, político y estadista.
Por esas razones escribir un capítulo de su biografía hoy es entrar en una polémica que no se ha cerrado; sus acciones y su personalidad siguen presentes como referencia obligada en el debate político y diario de este país. Sus defectos y errores, sus innegables virtudes como conductor político, su honestidad personal, la firmeza de sus convicciones, sus frases y anécdotas.
Además, se podría decir que Betancourt fue el político “sorpresa” del siglo XX en Venezuela. Por lo menos en dos ocasiones sorprendió a todos sus adversarios: primero en octubre de 1945 cuando de manera inesperada apareció presidiendo el gobierno colegiado instaurado luego del derrocamiento del presidente Isaías Medina Angarita. Las semanas y días previos a esos hechos fueron de creciente tensión y de presagios; se sospechaba que un golpe de Estado se estaba fraguando por parte del general y expresidente Eleazar López Contreras, o de algún otro alto jefe del Ejército. Lo que nadie esperaba es que el golpe lo dieran un grupo de jóvenes suboficiales, y mucho menos, que por medio de ellos Rómulo Betancourt llegara por vez primera al comando del Gobierno.
La segunda ocasión sería en diciembre de 1958 cuando, contra todo pronóstico, ganó las elecciones presidenciales a otro militar no menos popular que Medina, el contralmirante Wolfang Larrazábal. Para ese entonces Betancourt era objeto de fuertes cuestionamientos, se daba por seguro ganador al oficial de la Marina y parece que uno de los pocos que creía posible su victoria era él mismo.
El libro que el lector tiene en las manos trata de éste capítulo fundamental de la historia de Venezuela y clave en la vida del personaje. Rafael Simón Jiménez recapitula en los treinta años previos de la carrera política de Betancourt para explicarnos cómo hizo en 1958 para vencer las resistencias hacia su persona por parte de los principales factores de poder del país, de las Fuerzas Armadas y hasta de su propio partido y ganar las transcendentales elecciones de aquel año tan particular.
Esa proeza política sólo se entiende observando al personaje, sus tácticas, sus mañas y conociendo la estrategia de poder que pacientemente y sin descanso tejió por mucho tiempo. Esto es lo que el autor en las siguientes paginas nos explica. Este trabajo no es una hagiografía, lo que probablemente lo hace más fascinante. Betancourt fue un hombre que buscó intensamente el poder político a lo largo de su vida. Que lo alcanzó, lo perdió y lo recuperó. Y el poder, no hay que perder esto de vista, nunca es inocente.
La jugada maestra es una aproximación crítica a los eventos y a su protagonista de quien estuvo por circunstancias del destino en el campo de sus adversarios. Todo esto en el contexto de la inestable Venezuela de 1958 donde las cartas no estaban echadas. El país pudo haber pasado de una a otra dictadura y el régimen de la Junta de Gobierno haber sido otro breve paréntesis de esperanza democrática. Un 1958 que como Sanín describe en Los adecos en el poder fue: …aquel año loco, año inverosímil, año propio de Fellini, en el que sólo un hombre sabía a dónde iba y qué se proponía, en medio de la barahúnda colectiva: Rómulo Betancourt.
Pedro Benítez
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