Sultana del Lago Editores

Editorial Independiente de Venezuela

La pornografía, como la belleza, está por entero en los ojos del que la contempla

La piel cromada de un revólver, una cicatriz justo arriba de unas nalgas son bellas y pornográficas como el consolador guardado en el bolso de una dulce abuelita, como el humo del cigarrillo post coitum, como un chupetón en el cuello, como los quejidos ratoniles de una cama, como una Lolita saboreando un nutritivo plátano frente a un monasterio, como el letrero parpadeante de un hotel, como una cerveza fría a las tres de la mañana, como los vidrios empañados de un coche, como los sonidos líquidos de una felación, como los diamantes que brillan en el semen esparcido sobre una vulva, como una televisión encendida iluminando la ropa vacía de dos mujeres y un hombre, como un condón usado sobre un buró, como una delicada tanga que se desliza en un camino largo y sinuoso, como el jazz que se oye a lo lejos mientras los besos y las caricias son sólo el preámbulo del próximo acto que terminará con la luz azulada del amanecer, como un par de piernas femeninas enfundadas en seda, como un repartidor de pizzas, como una doctora, como una profesora de secundaria, como una playa, como un perro, como un caballo, como una muchacha embarazada, como un muchacho negro, como la caca, como un tatuaje.

FRAGMENTO DEL ENSAYO: La pornografía, como la belleza, está por entero en los ojos del que la contempla

Del libro ¡GORE, PORNO Y SNUFF! ENSAYOS SOBRE DESVIACIONES DEL CINE de Francisco Enríquez Muñoz

A Malèna Scordia

Malèna Scordia

A mediados del 2009, la modelo Kathleen «K.C.» Neill fue arrestada por la policía de Nueva York luego de que posara desnuda para el fotógrafo Zach Hyman en el Museo Metropolitano de Nueva York, donde se exhibían cientos de desnudos artísticos. La policía acusó a la modelo de «exposición pornográfica en espacio público». Sin un hilo de ropa encima, «K.C.», de veintitrés años, bailó y corrió por unos instantes en una sala del museo. Zach Hyman era conocido por fotografiar a mujeres desvestidas en paisajes citadinos, en especial en el Metro.
Si alguien mira a una mujer desnuda, como «K.C.», en la sala de un museo y se siente movilizado a masturbarse ¿entonces esa mujer es pornográfica? La pornografía depende de la reacción que despierte en cada uno de nosotros. La pornografía, como la belleza, está por entero en los ojos del que la contempla. Y cuando nuestros ojos están cargados de preceptos moralistas, vemos pornografía en todas partes.

Bernini, Éxtasis de Santa Teresa, 1651

Por muy espontánea que se le crea, la belleza siempre oculta la complicidad con otros. No sé cómo una mujer, toda mujer, podría ser bella si no hubiese varios espíritus dotados del sentido de la belleza para reconocerla como tal. Lo bello se admira en la Naturaleza, se exige en las producciones artísticas y, en todo momento, se acepta o se rechaza en nuestro cuerpo. Si alguien me preguntará qué es una mujer bella, le respondería que aquella cuyas tetas rebasaran el tamaño de mis manos. La belleza, como la pornografía, es educación y prejuicio. En su Summa Theologicae, santo Tomás de Aquino asegura que la belleza tiene un origen sensual. Para él lo bello debe reunir tres prerrequisitos para ser contemplado como tal: perfección, proporción y claridad. Así, encontramos bella la figura de una Barbie, una escultura de Lorenzo Bernini o las alas de una libélula. Pero lo bello también puede ser imperfecto, desproporcionado y oscuro. La decimonónica ley surrealista del siglo XIX avant la lettre sentencia «bello como el encuentro fortuito sobre una mesa de disección entre una máquina de coser y un paraguas». Lo bello debe sorprender, cavar un hoyo en la memoria y echarse a dormir para luego interrumpir nuestros sueños (o pesadillas) en el momento menos esperado. La estética (más de un filósofo lo ha reflexionado) ofrece diversas categorías y formas de acercarse y percibir lo bello. La piel cromada de un revólver, una cicatriz justo arriba de unas nalgas son bellas y pornográficas como el consolador guardado en el bolso de una dulce abuelita, como el humo del cigarrillo post coitum, como un chupetón en el cuello, como los quejidos ratoniles de una cama, como una Lolita saboreando un nutritivo plátano frente a un monasterio, como el letrero parpadeante de un hotel, como una cerveza fría a las tres de la mañana, como los vidrios empañados de un coche, como los sonidos líquidos de una felación, como los diamantes que brillan en el semen esparcido sobre una vulva, como una televisión encendida iluminando la ropa vacía de dos mujeres y un hombre, como un condón usado sobre un buró, como una delicada tanga que se desliza en un camino largo y sinuoso, como el jazz que se oye a lo lejos mientras los besos y las caricias son sólo el preámbulo del próximo acto que terminará con la luz azulada del amanecer, como un par de piernas femeninas enfundadas en seda, como un repartidor de pizzas, como una doctora, como una profesora de secundaria, como una playa, como un perro, como un caballo, como una muchacha embarazada, como un muchacho negro, como la caca, como un tatuaje.

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