
Los días pasan y aun el mundo no tiene una cura para el virus que hace meses lo amenaza, en Antelope un pequeño pueblo de Oregón, vive Michelle, tiene veinticinco años. Cada mañana va al centro del pueblo y compra el periódico. Hace sesenta y siete días no lo hace.
Decide hacer su día diferente, retomar su antigua rutina, se pone un jean ajustado, una sudadera, zapatos deportivos, mete su celular en el bolsillo trasero y sale a la calle. El sol la encandila y le provoca una punzada en la sien, luego de tantos días encerrada se siente extraña al aire libre.
Camina por la calle Maupin St. hasta llegar a la intercepción con la College St. Entra a un local, las luces están apagadas, en la puerta guinda un cartel que dice: “abierto”, saluda al encargado, agarra un periódico, pide un café de maquina y espera en la caja. El encargado tiene una mascarilla, guantes de látex, rocía el dinero con alcohol y le entrega su cambio.
Al salir del local se sienta en un banquito para disfrutar del sol y del café caliente. La señora Mary esta barriendo la entrada de su casa, la saluda con la mano mientras deja la escoba a un lado y se acerca a ella, se sienta su lado.
—¿Supiste lo que sucedió con Roberto? —Baja el tono de su voz casi a un susurro.
—No.
—Dicen que contrajo el virus, algunos vecinos intentan evitarlo, el virus está en el aire.
—Como saben que contrajo el virus?
—Creo que Daniel. Su vecino escucho mientras tosía.
—¿Ya vio a un médico?
—No, pero desde entonces no ha salido de su casa.
—Es una pena, tengo que irme. -Se levanta de mala gana y camina de regreso a casa.
Michelle suele evitar a los vecinos chismosos, en el último censo determinaron que la ciudad tiene menos de cien personas, desde que el virus empezó algunos han traído a sus familiares de otros estados, hay más gente en el pueblo, eso es evidente.
El virus ha logrado crear un ambiente tenso entre los vecinos. Antes se hacían barbacoas los domingos después de misa, los miércoles en las noches los vecinos se reunían para planificar quienes irían a la ciudad el sábado por la mañana a comprar suministros, era una gran familia en una superficie de mil doscientos metros cuadrados.
La noticia de confinamiento social fue dada por el alcalde. Al principio las personas no prestaron mayor atención, hasta que empezó a llegar gente de otros estados.
Al llegar a su casa Michelle nota que hay un bulto en el piso. Es una rata. Está muerta. Toma una bolsa, recoge al pequeño roedor y lo lleva al pipote de basura del jardín. Vuelve a la casa. Enciende el televisor, cambia al canal de noticias, el confinamiento se alarga por trece días más.
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