Sultana del Lago Editores

Editorial Independiente de Venezuela

Prólogo de “Humor en Cuarentena” de Armando José Sequera (@ArmandoJSequera)

Vivimos en la era de la brevedad. Los días, los años y los meses cada vez duran menos. Las medidas de peso y distancia han ido disminuyendo y el kilo ya pesa 800 gramos, en tanto el metro no cubre ni siquiera un metro.

Los mensajes de amor se caracterizan por su cortedad y fugacidad: no falta mucho para que dejen de contener letras, números y signos y se reduzcan a emoticones.

Las quincenas de pago tienen menor consistencia y se deshacen en pocos días. A veces, cuando se visita un supermercado, en horas.

Lo único extenso, más que el universo mismo, es el aburrimiento.

A la inversa de lo que sucede en la cotidianidad, el aburrimiento da la impresión de haber aumentado de tamaño y presentarse con mayor frecuencia, especialmente, entre los adolescentes y los adultos jóvenes.

La frase ¡Estoy aburrido! o su versión femenina ¡Estoy aburrida! se escucha a cada rato en cualquier lugar donde se encuentre algún humano menor de 25 años. También la profieren algunas y algunos con más años, pero al parecer –prefiero pensar–, trae una carga de sabiduría y no de resignación.

En los días que corren, de cuarentena, tal expresión ha roto todos los récords mundiales de pronunciación. Y es que, mientras permanecemos prisioneros de las enfermedades que de vez en cuando amenazan con reducir la población mundial drásticamente, quedamos a merced del mal del aburrimiento.

Quedamos todos, no solo los jóvenes, sino las personas de cualquier edad.

A medida que pasan los días, los juegos electrónicos o de mesa, los ejercicios en el interior de alguna habitación de la casa, las conversaciones a las que paulatinamente suplanta el silencio, las películas que la televisión estrena más de treinta veces en un mes, la repetición de todos los ciclos cotidianos –dormir, comer, amar, comer, dormir (la mayoría de las veces, sin el verbo amar–, cansan y llega un momento en que las fechas se suceden como si las hubieran clonado.

Por fortuna, existe un antídoto y, aunque muy pocos apelan a él porque lo consideran amargo, más aburrido que el propio aburrimiento y como si se tratara de un elemento ajeno al entretenimiento, está siempre disponible.

Me refiero al libro, ese objeto las más de las veces rectangular del cual en casi todas las casas del mundo hay algunos ejemplares reuniendo muestras de polvo en los armarios, tal como un experto en alergias o un médico antropólogo.

La lectura, al estimular nuestros genes, neuronas y todos los elemento físicos y espirituales que poseemos, nos libra del aburrimiento, como si de una fórmula mágica se tratase.

Invito a que se haga la prueba con cualquier libro que se tenga a mano y, en especial, con éste que está repleto de partículas humorísticas que no solo nos harán reír a nosotros sino también a quienes nos rodean. Al referirlos y comentarlos, aparecerán nuevos temas de conversación y todos de lo más contentos.

El libro contiene doscientos aforismos –pensamientos, frases célebres, como queramos llamarlos–, que hacen reír y sonreír, cuya influencia espero que dure lo que resta de la cuarentena que atravesamos como la cola de un cometa. También espero que ocupe un buen lugar en cualquier estante de biblioteca o cerca de la mesa de noche y que esté siempre disponible, cuando la vida que estamos acostumbrados a vivir se haga de nuevo endémica, epidémica y pandémica.

Una última recomendación: úsese este libro como una barra de chocolate en un naufragio.

Armando José Sequera